7.7.14

Droga literaria, Ciudad H y robos

(Texto y fotografías: Laura Muñoz)


Droga Scarrow

Colgar las cuerdas de una eléctrica que llevaba haciendo ruido diez años en una banda de rock y conseguir que siga sonando. El run run. Otro. Sí se puede. Lo hace Alex. Lo hizo, hasta que fue consciente que sin un apoyo discográfico fuerte, su banda universitaria no tendría futuro. Dejó a un lado la industria de la música para dedicarse al arte gráfico y, después, al diseño de juegos de ordenador. Arrancó su carrera literaria como guionista, pero de nuevo la dificultad de hacerse un sitio que le permitiera (sobre)vivir. Así, y alentado por la intención de apartar a su hijo Jacob de la videoconsola, comenzó a escribir una serie de ciencia ficción dirigida al público joven.

Tanta repercusión han tenido y tanto interés han despertado estas series de scifi que, actualmente, ya no es real encasillar sus novelas entre el público adolescente. Porque Time Riders se ha colado entre el público lector, narrando diferentes viajes en el tiempo de tres jóvenes: Maddy a punto de morir a bordo de un avión en 2010, Liam que es rescatado del hundimiento del Titanic en 1912 y Sal que es rescatado de un terrible incendio en 2029. Así, enfrenta los estados temporales con las circunstancias personales y emocionales de sus tan dispares personajes. Las Torres gemelas de Nueva York o los últimos días de Hitler en la Alemania mas nazi son los escenarios que Scarrow quiere que sus chicos "solucionen". En la serie están los elementos necesarios para que se convierta, como ha ocurrido, en vicio: acción, sorpresa y una tensión que, por momentos, ahoga. Con una estructura a partir de capítulos cortos y con rápidos saltos en cuanto a personajes, época y lugar hace las veces del chute de la droga necesaria que Scarrow ha querido crear. Incluso Jacob, su hijo, ha sucumbido y espera que su padre finiquite la novena y última entrega de la serie.


Qiu Xiaolong 

Xialong reside con su mujer e hija en St. Louis, aunque hace escapadas dos meses al año para documentarse y no perder el aroma del ambiente que imprime en sus thiller. Creador del inspector jefe Chen Cao, que traslada al lector a sus calles, cultura y política. Una realidad social de la China moderna en una complicada transición que araña su país, donde originalmente ha sido publicado aunque bajo censura: incluso se cambió el nombre de su ciudad por el de "ciudad H". Ya saben: "Por si acaso".

"El enigma de China" es la última entrega de esta serie policiaca. En ella se enfrenta a la especulación inmobiliaria, se plantea su lealtad al Partido, teniendo como telón de fondo la difícil relación entre las autoridades chinas e internet. La extrema pobreza que convive con los nuevos empresarios chinos son las heridas cicatrizadas, pero visibles, que narra Qiu con una precisión tan intensa como la realidad.

Y la comida. Sus restaurantes favoritos. Las sensaciones. Incluso se atreve a crear un nuevo concepto: los platos crueles. Estén atentos y detecten los suyos. 


 Jesús Duva y Dani el Rojo

El curioso doblete del que busca la verdad del delito y del que, en su momento, los cometió. Un empaste, por extraño que parezca, que funciona a la perfección.
Jesús y Dani. Duva y Rojo.

Los niños robados.

El niño que robó a los bancos.

Reportero de información laboral, jefe de sección de sucesos y asuntos del interior, Jesús Duva presenta en esta XXVII Semana Negra "Vidas robadas". Una rigurosa investigación periodística, escrita a cuatro manos junto a Natalia Junquera, que trata de dar luz y visibilidad al robo de niños en España.
Duva trae a Semana Negra el horror de los casos de adopciones irregulares ocurridas en España desde que terminó la Guerra Civil y hasta los años noventa. Un libro repleto de testimonios de madres a las que se les arrebataron sus hijos e hijos que buscan a sus madres biológicas, intuyéndose robados. Escalofriante y de rabiosa actualidad, Jesús y Natalia ofrecen una visión objetiva, y cero ficcionada, de una realidad que camina entre nosotros.

De hijo de familia normal, quiere decir no desestructurada ni con necesidades, a la imputación de 500 delitos de atraco a bancos. No se queda ahí, Dani Rojo ha sido politoxicómano. Ahora rehabilitado. Ahora biografiado. Ahora enseñando lo que NO tienen que hacer. De la negación a dar tirones de bolso, como era habitual entre los robos mayoritarios de Barcelona, decide internarse en tramas reales de atracos a entidades bancarias que tan desprovistas estaban (y están) de medidas de seguridad.

Se llama Daniel Rojo. Se le conoce como Dani El Rojo. La policía lo ficha como "el millonario". A través de su experiencia en el mundo de las drogas y habiendo sido un gánster de los setenta, Rojo ha dado vida a dos novelas. Tuvo todo a mano: la experiencia, el momento y todo el tiempo necesario para pensar en la trama durante sus catorce años de internamiento en la cárcel Modelo. Fue en esas cuatro paredes que desarrolló el vicio por la lectura mientras luchaba por desengancharse de las drogas.

Y ya dos novelas. A punto de salir la tercera. Con una rapidez extrema, Daniel ha sido publicado por Planeta bajo la premisa y contrato de una trilogía. Primero La venganza del tiburón y poco más tarde El secuestro de la virgen negra.

A pesar que sus primeras incursiones en la literatura fueron de la mano de Lluc Oliveras y como personaje principal, una advertencia de mano del autor: "No soy Hugo". Ustedes ya me entienden…


Inevitablemente, llega la tarde. Con ella las presentaciones en las carpas situadas sobre el terreno del antiguo naval. Encuentro, A Quemarropa y la recién llegada Bibliotecas. Y esto se disfrutó.














Y el tercer espejo. Go!

El paraíso es un lugar central al que las almas de todos los hombres llegan por caminos diferentes; cada secta tiene su ruta particular.
Napoleón Bonaparte

Reproducir a antojo el escenario ideal para escribir y que funcione, ¿cómo sería?

José Luis Correa: Al aire libre siempre. Con una ligera brisa. Un chupito de Chartreusse. Un puro habano. Y el mar cerca.
Santiago Rocagliolo: Ya lo tengo: un estudio en un quinto sin ascensor, ni tele, ni espacio ni vistas. Es tan aburrido que te obliga a trabajar.

Pablo Sebastiá: Me encantaría escribir una novela desde una cabaña de madera (con todas las comodidades, por descontado) colocada en lo alto de un gigantesco árbol centenario en medio de un inmenso bosque canadiense. ¿Conoces un lugar así? Aunque no me desagradaría tampoco escribir desde un cómo apartamento frente a Central Park, en Nueva York. O junto a la torre Eiffel, en París. Si el lugar vale la pena, me amoldo a lo que tengas.

Marcelo Luján: El sueño de todo forastero es una ciudad nueva e inexistente, una ciudad imaginada que recoja todo lo bueno y todo lo malo de las dos ciudades de su vida: la que nació y la que lo hace eternamente forastero.

Horacio Convertini: Una sala con grandes ventanales que dan al mar en una casa vacía, a pocas cuadras de donde está mi familia. También a tiro de caminata, un bar que sirva buen café expreso y un pub que tenga los mejores whiskies single malt.

Carlos Zanón: Habitación sin libros, clima frío fuera y agradable dentro. Una cama, una silla, una mesa, un tocadiscos.

Casimiro Torre González: Una cálida cabaña en Caín (Picos de Europa). Nieva,  todos los aparatos electrónicos funcionan, un cohíba behike y un buen wiski. Suena música de saxofón y estoy con la mente llena de buenas ideas. ¡¡Plafff!! Adiós sueño, se me acaba de caer la ceniza del habano entre las teclas del PC…

Paco Gómez Escribano: Una buena mesa ante un ventanal desde el que se pudiera ver el mar. Que lloviera sin parar. Bebidas y cigarrillos. Música española: Rock'n'Roll, años 80, a poder ser Burning.

Gabriela Cabezón Cámara: Cualquiera que tenga luz y un clima agradable y ninguna presión.

Valerio Bindi: un posto dove ti puoi dimenticare che esiste il mondo e il mondo può
dimenticare che esisti tu. E la fatica di ricordarlo è scrivere.

José Carlos Somoza: Los escritores principiantes casi siempre responden a esto diciendo: "Un lugar solitario, aislado..., etc" Pero, conforme uno va teniendo edad y experiencia, comprende que el escenario ideal para escribir no es el más o menos solitario, sino aquel donde NO hay problemas. Según esto, quizá la muerte sea el escenario ideal para escribir... Seguro que voy y lo compruebo algún día.

Alberto López Aroca: El mismo que tengo ahora, pero con una mesa el doble de grande y un ordenador nuevo, que no se cuelgue a cada momento. Y ¡por Dios, con un Word que no dé errores! ¡Sólo pido eso! ¿Acaso es tan difícil? (Eso sí que es creer en algo imposible...)

Ana Colchero: Río en Ipanema

Paco Roca: Sería un lugar tranquilo y luminoso. Urbano. Con un gran ventanal con vistas al mar.

Elia Barceló: Un jardín en un buen día de primavera o verano, con la luz del sol filtrada por las hojas de un árbol muy viejo y algo de agua cerca, una alberca, un riachuelo, un estanque... Ahí una mesa, una silla y mi ordenador. O, para otro tipo de historias, el estudio en penumbra, y lluvia o nieve tras los cristales, con unas velas encendidas, unas flores, y la casa silenciosa o una lejana música de piano o de saxo.

Alexis Ravelo: Un ático lleno de libros que da a la avenida de Las Canteras, en Las Palmas de Gran Canaria. Con una cafetera cerca y tabaco.

Víctor del Árbol: A las seis de la mañana amanece sobre un mar turquesa. Hay una casita con una terraza al horizonte. Un cielo de plomo de bajo. Mis grandes perros juguetean a mi alrededor, el paquete de cigarrillos por empezar. Un boli con punta de gel y una página en blanco, junto a una antología de Lorca. Y ella, leyendo mi borrador en la playa con los pies enterrados en la arena mientras suena música de Miles Davis.

Jesús Cañadas: El que es: mi casa, con la misma lamparita y el mismo mac con los que escribí mi tesis. A las once de la noche, en fin de semana para no tener que levantarme temprano al día siguiente, una cafetera lista y muchas horas de diversión por delante. Y mi chica roncando en el dormitorio.

David Llorente: Una cafetería en la que hace mucho calor y siempre hay un murmullo.

Miguel Ángel Molfino: Es un puerto de muelles viejos, entre grandes y chirriantes grúas, junto al río Paraná.

Carlos Salem: Mi casa.Con los balcones abiertos y el ruido de la vida pasando por la calle.

José Luis Muñoz: Suena petulante, pero ya tengo uno. Éste. En donde estoy. Rodeado de valles, montañas y ríos y sin más ruido que el balido de las ovejas o los mugidos de las vacas. Lejos del mundanal ruido, extraordinaria novela y no menos extraordinaria película. Eso o una isla del Pacífico Sur.

Javier Diez Carmona: Muy simple. Una mesa y un portátil. A poder ser sin ruido de vecinos, obras, televisiones, niños o vehículos. No hace falta más.

Nerea Riesco: El hotel Boulderado, en Colorado. Con una botella de Dom Perignon y un cigarrito para celebrar la palabra “Fin”. Si le servía de inspiración al escritor de Misery para elaborar grandes éxitos…

León Arsenal: Dame costa o montaña o campo. Para mí escribir es parte de la vida y no soy capaz de aislarme para escribir, al contrario, ha de engranar con mi día a día.

David Yagüe: Con una gran ventana con vistas para que los ojos vuelen. 

José G. Cordonié: Similar al que tengo. No pido mucho. Una mesa, un ordenador, lápices, cuadernos, música y un café o una cerveza, dependiendo de la hora.

Felicidad Martínez Herrero: Uno con mucha luz natural. Y si por fin pudiera tener siempre la mesa despejada... no me creería que es real, para qué engañarme.

José Ramón Gómez Cabeza: El que tengo en mi buhardilla cada día, no conozco otro.

Alicia Andrés: Una cabaña pequeña, en un claro del bosque. Algo así como ese refugio de madera que Henry David Thoreau construyó para liberar su pensamiento, acompasarlo al ritmo de la Naturaleza, que no deja de ser el nuestro. Sueño desde hace tiempo con ese pequeño hogar donde no habría más distracción que el paso de las estaciones y la contemplación de su huella. Creo que esa soledad es la mejor manera de reencontrar las palabras que todos llevamos dentro.

Carolina Solé Terrado: Una casa de madera en medio del bosque, confortable, con ventanales y buenas vistas, chimenea y un supermercado bien surtido a unos cinco kilómetros, como incentivo para la caminata diaria.
(Aunque, para escribir también me gustan los Starbucks, excepto en hora punta.)

Juan Miguel Aguilera: Un agujero muy pequeño, sin ventanas. Como la madriguera de un conejo pero con una conexión rápida a internet.

Berna Gonzalez Harbour: Un buen café en la madrugada, el mundo entero duerme y te espera el portátil, no importa dónde. Al lado, la libreta en la que has ido tomando apuntes la tarde anterior. Convertir esos garabatos sueltos de médico en algo perdurable y con sentido puede ocurrir en la cocina, en un cuartucho, en un aeropuerto o en un hospital. El escenario ideal es solo tu mente despejada.

Pedro Tejada Tello: Cualquiera en el que no hubiera vecinos molestos (de esos que ponen la televisión o la radio a todo volumen).

Carmen Moreno: Un estudio amplio con un gran ventanal que mire al mar. No a la playa, al mar.

José Ramón Alarcón: La fructífera incomodidad de un populoso bar de barrio, de anacrónica estética de aluminio y aceites, a la hora del vermut.

William C. Gordon: La verdad, donde lo hago. Un cuarto donde hay silencio, están mis libros, las fotos que he tomado y cuadros que me han regalados mis amigos artistas.

Noemí Sabugal: El escenario ideal para escribir está en el coco. Éste siempre debe estar despierto y limpio de contaminación exterior (gente, trabajo, gente). Por lo demás, una casa vacía y silenciosa, una mesa bien iluminada, el portátil y una taza de café.

Milo Krmpotic: Depende del manuscrito. En el caso del último, El murmullo, Henry James. Por Otra vuelta de tuerca y para que me diera consejos sobre el punto de vista.

Lorenzo SilvaEs un poco bestia, pero a mí me gustaría terminar un libro en lo alto del gran templo de Tenochtitlán, convenientemente reconstruido el templo en cuestión y restituidos el lago y la ciudad a su estado original. Naturalmente, sería una novela sobre Cortés, ese español homérico, quimérico y famélico (como buen español: los nacidos en la piel de toro, para bien y mal, no hemos tenido mejor ni más feroz motor que el hambre ancestral).


Esto es la Semana Negra ¡y sigue!