2.7.10

Apología de la reincidencia: Txani Rodríguez

En el milenarista verano de 2000, yo trabajaba en La Montaña Mágica, un programa cultural que, con permiso del fútbol y demás acontecimientos deportivos, se emitía en Radio Euskadi durante las tardes de los fines de semana. La directora del espacio, Iratxe Fresneda, me sugirió la posibilidad de cubrir un evento literario, cuyo nombre me resultaba vagamente familiar, que se celebraba en Asturias. Acepté la propuesta, nos pusimos en contacto con la organización y, al cabo de unas semanas, me encontré en medio de ese jaleo extraordinario dirigido por Paco Ignacio Taibo II que es la Semana Negra de Gijón. Desde entonces, no he dejado de acudir a esta cita con la literatura y la fiesta y, año a año, he instaurado en mi calendario una personalísima romería informativa a la que acudo con laica devoción. Este mes de julio regresaré por décima vez; será la mía una reincidencia de números redondos, una obstinación de aniversario, un ensañamiento feliz.

La tarde de verano en la que, con el equipo de grabación colgado del hombro, me dirigí por primera vez hacia el recinto de la Semana, confiaba en encontrarme una plácida feria del libro en la que se sucedieran interesantes presentaciones y mesas redondas protagonizadas por el género negro. Escritores, libros, conferencias... ¿quizá ofrecieran té en las pausas? Evidentemente, había cometido un pequeño error de concepto y de dimensiones. Estaba a punto de descubrir lo que la Semana Negra era en realidad: una reunión tumultuosa de norias gigantes, churrerías, puestos de artesanía y caipiriñas, pulperías, conciertos y, por supuesto, literatura. La oferta era amplia y diversa y comprendí que el visitante podría, en función de sus intereses, confeccionarse una jornada estrictamente cultural o combinarla con otro tipo de actividades menos culturales pero igualmente apetecibles. La propuesta que latía entre mojitos y novelas negras se trasladaba con nitidez: no hay por qué ponerse solemnes para hablar de libros. Al fin y al cabo, la literatura es una fiesta a la que se acude sin invitación.

Durante estas ediciones en las que he ido confirmando mi reincidencia, he visto sentarse en la carpa del encuentro a innumerables autores adscritos al género negro, histórico, fantástico, y al mundo, tan serio, de la viñeta; he descubierto autores de los dos lados del Atlántico, y he tenido ocasión de presenciar un recital inolvidable, ¡a la una de la madrugada! del enorme poeta que fue Ángel González.

Por supuesto, en estos diez años, la Semana ha experimentado algunos cambios; entre otros, de ubicación. El “escenario de los hechos” ha pasado de los aledaños del estadio de El Molinón a la playa de Poniente para ubicarse después en la Playa del Arbeyal. También se ha enfrentado a la carga de desalojo y pérdida que el tiempo impone de forma innegociable... Sin embargo y a pesar de todo, el entusiasmo que genera esta fiesta de la literatura no se ha alterado y, afortunadamente, la Semana conserva el raro color que la identifica desde el principio: ese negro tan claro.